Curadoria, apresentação e tradução de Floriano Martins
Ricardo Venegas (México, 1973) es un poeta relativamente joven que afortunadamente crece sin la tutela de los vicios poéticos, sin los efectos (en verdad, defectos) del lenguaje en la poesía contemporánea. Por supuesto, su talento y sensibilidad agradecen a la vida práctica, pues es un poeta muy activo en el mundo intelectual de su país, gracias a su actuación en el periodismo, sus ensayos e entrevistas, además del rico trabajo de edición de la revista Mala vida, que ha dirigido desde 1996. Eso incluso hace de él un hombre con buena mirada crítica respecto a sus pares, como es posible confirmar a través de esta atenta observación: “La mayoría teme no ser tomado en cuenta por la burocracia cultural si la critican, temen el desprestigio de un prestigio inexistente”. Esta es una desgracia permanente en nuestros días y México es un país de alto riesgo, gracias al alcance de su política cultural, con sus becas, premios, aportes institucionales etc., además de una tradición intelectual muy pegada al mundo burocrático, con sus cargos y ceremonias. Una lástima que así sea, lo que prueba que la vida cultural puede estar contaminada por los males del provincialismo. Por suerte no es lo que pasa con Ricardo Venegas, que ha creado un mundo muy sencillo de honestidad intelectual a su vuelta.
Este poeta trata ahora de publicar una antología de sus primeros libros. La sed del polvo (2013) reúne una selección de poemas de Signos celestes (1995), Caravana de espejos (2000), La sed del polvo (2007) y Turba de sonidos (2010), además una muy breve muestra del inédito Trovas para ultramar. Es una aventura muy arriesgada la que realiza. Y llama para sí una primera observación: su poesía todavía no está estéticamente definida. Aunque no enferme de la principal manía de cierta poesía latinoamericana, los adornos e impenetrabilidad presuntuosa del neobarroco, por otro lado todavía sigue las equivocaciones del hai-kú –la dilución que esta forma ha sufrido nada tiene con la magia paralela a la tradición japonesa encontrada por José Juan Tablada– y el encanto por los hallazgos breves, sobre todo con cierto humor algo blasé. Es lo que encontramos en los primeros pasos de Ricardo Venegas por la tierra de la poesía. En su primero libro también podemos leer unos sonetos en que el poeta mejor se realiza.
Ya en el libro siguiente –Caravana de espejos– empieza a transcurrir una lectura más propia y consistente de lo que podemos llamar su estilo o voz poética. Gracias a los poemas más largos Ricardo Venegas puede adentrar el misterio de la creación y dedicarse a su oficio mágico, según el mismo poeta: “La necesidad de saciarse de la duda, del resquemor que nos hace sentir como pasajeros de un viaje que acaba en el punto de partida, que no termina”. Este es el mejor momento de la poesía del joven mexicano. Luego vuelve a repetir unos errores del primer libro, así que la oscilación es un hecho y hay que lastimarlo. De todos modos, en el libro de 2007, el mismo que da título a la antología actual, hay un poema homónimo, La sed del polvo, que resulta una de las mejores páginas del poeta, que finaliza con el enigmático: “Tiene que haber una manera / de escribir sin dejar tantos escombros, / tiene que haber una manera:”, así mismo, con el final abierto, cargado de sugerencias.
Ricardo Venegas no simpatiza con la idea de las influencias poéticas, y trata de afirmar: “Nada se parece a nada, nunca nada se repite, nadie posee un molde permanente, aunque nadie escribe sin un maestro, es decir, siempre hay una tradición detrás de una obra, entre lo que llaman influencias y la tradición hay grandes diferencias”. Al mismo tiempo habla de su afinidad con la poesía de Saint-John Perse, Blaise Cendrars, William Blake, Xavier Villaurrutia y José Gorostiza, lo que confirma el modo como se siente muy bien –es lo que prueba su libro siguiente: Turba de sonidos– al tratar temas más amplios recurriendo para tanto a poemas más largos. Este es su territorio y requiere una mejor dedicación, o sea, luego de librarse de su primera poesía, Ricardo Venegas parece apuntar un camino, una definición muy clara de su voz poética. Es mi sincero deseo que el poeta avance por este camino, y que se aleje de los efectos circenses –nada más que excesos formalistas– de grande parte de la poesía contemporánea.
Floriano Martins
AZUL MARINHO
Mar aberto ao seu crescimento,
em vão esconde a onda,
verte sal, água pura,
lábios quase destinados a ser.
Mar, por dentro anoitece,
Voz, a chama que aflora,
Martim-pescador explora
quando uma onda entristece.
Céu de um aceso espelho
abre as portas do vento,
abre a chuva no ser,
caracol, já bem velho,
guardas um tesouro incerto,
lábios quase ao entardecer.
FARSA
No meio da rua quero dizer
que tudo é uma farsa,
que devemos conversar conosco
como se sempre,
sempre,
nos tivéssemos amado.
CLAREZA
Do chão aceso
eu poderia acordar a poeira,
mil mortos insepultos gritariam.
Sem Deus e sem sedativos
algo está faltando.
É muita volta
para dizer
humildemente
que necessito de amor.
TURBA DE SONS
I
Esta coluna de vozes
que a viagem proporciona,
o andaime que marinheiros,
vagabundos, brâmanes
e servos de outro sol
encontraram no pulso que desperta,
onde o olhar dilui a presença.
A turba de sons regressava,
os inimigos que vivem em mim
pregados em minha carne
e nos escombros das palavras
sete sombras espreitam
a folha em branco da luz.
Desnudo abandonei meus passos,
rosto sem rosto
falei com aquele deus:
“No meio da eternidade eu sou o instante,
apenas o pressentimento de uma folha
que cruza as espigas do outono.”
Sentado nesta sombra
admirei a vigília e a insônia
daquela adolescência vazia
(cartas de amor para uma garota
que não conhecerá os balbucios do canto).
Assim foi o amor
naquela distância de papel enrolado.
Conheci a luxúria
nas chamas impressas
de emissários sem nome.
Faltou o amor
para gritar,
gritar até perder tudo,
gritar até que a marca seja apagada,
despossuído,
inválido de ti,
carente,
andava com o medo em minhas mãos
com a palavra espera.
A mentira é o amor de madrugada,
tive que confessar esse cadáver,
saber que me olhas o corpo desde essa sombra
que teus olhos alcançam até a alma.
Como retornar a ti com tantos nomes?
Onde a verdade é anunciada
daqueles que levam na alma a solidão de ti?
II
Imaginei que o amor era falta de fome,
uma entrega gigante,
algo muito sagrado no estômago vazio.
E retornava de uma letargia para a aula
após executar vários inimigos de meu irmão,
em todas as palavras ouço filas de crianças na escola
formadas como agora,
em um desfile onde vamos
para onde a vida flui e não entendemos
porque a ausência que nos marca se chama morte.
INSTANTES
Se o declaras, os silêncios passam,
abrem sua luz e fecham águas surdas,
corcéis mudos de leves hordas
que olham para a morte com seu desprezo.
Mais do que dura a luz das trevas,
mais do que uma ilusão criada pela colheita,
saber é não saber a olhos cegos
de um brilho furtivo que per dura.
Para, presságio, deixe o sol escrever
os nomes do destino a céu aberto,
agora vapor centrífugo que repousa
em línguas vivas dos velhos mortos
e ainda assim sonha e deriva
do silêncio imortal dos seus portos.